Su dimensión artística y espiritual le otorgan un carácter propio. Singulares son sus “pasos”, obra de grandes imagineros; y, singular es también la vestimenta de los nazarenos de las cofradías murcianas, que hunden sus raíces en el siglo XVIII, especialmente la indumentaria de los “estantes” (nazarenos que portan los pasos) que bajo la túnica llevan enaguas, cubren sus piernas con medias de repizco y calzan las esparteñas típicas de la huerta. También, el acompañamiento musical de muchas de sus procesiones, con los grupos llamados de “burla”, con tambores destempla-dos y trompetas alargadas llama-das carros-bocina que interpretan una música, originaria del siglo XVII, propia y única de la Semana Santa de Murcia. Un total de 15 cofradías sacan a las calles sus pasos, entre largas filas de nazarenos. Fe, arte y pasión se funden en una simbiosis perfecta constituyendo una verdadera fiesta para los sentidos.
La Semana Santa de Murcia se resume pues en la generosidad de sus nazarenos, la belleza de sus pasos, la música en las calles y ese olor a azahar tan característico que adquiere la ciudad y que nos anuncia que, al fin, la primavera ha llegado.
Se abre la semana santa murciana el Viernes de Dolores con los nazarenos azules que acompañan a los siete “pasos”de la Cofradía del Amparo fundada en 1985. Dos cofradías, fundadas a finales del pasado siglo, desfilan el Sábado de Pasión: La del Cristo de la Fe, y la del Cristo de la Caridad. La cofradía de la Esperanza, ini-cia su desfile desde la céntrica iglesia de San Pedro, en la tarde del Domingo de Ramos, tiñendo de verde las calles de la ciudad. El lunes santo es el día de los naza-renos magenta de la cofradía del Cristo del Perdón, de finales del siglo XIX; y, fundadas a mediados del siglo pasado, y distintas a las cofradías que las han precedido, las cofradías del Rescate y del Cristo de la Salud, procesionan en la tarde noche del martes santo. Desde la Iglesia del Carmen, en el barrio del mismo nombre, saca a las calles de Murcia sus espléndi-dos pasos la Archicofradía de la Sangre, fundada en el siglo XV y conocida popularmente como “Los Coloraos” por el color de sus túnicas. Es, quizá, la más típica de las procesiones murcianas. La noche del Jueves Santo, está protagonizada por dos cofra-días: la de la Soledad, y la del Cristo del Refugio, conocida popularmente como la “proce-sión del silencio”, que recorren las calles más céntricas de la ciudad. Fundada en 1600, la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, cono-cida como la de “los Moraos” o “los Salzillos” debido al color de su túnica y a su especta-cular patrimonio de imágenes del célebre escultor del XVIII, protagoniza la mañana del Viernes Santo; y al caer la tar-de sacan sus pasos a las calles de la ciudad, con sus túnicas negras, las cofradías del Cris-to de la Misericordia, la de Servitas de María Santísima de las Angustias y la del Santo Sepulcro. El Sábado Santo es el turno de la Cofradía del Cristo Yacente, y se cierra la semana santa murciana con la explosión de color de la archicofradía del Resucitado en la mañana del Domingo de Resurrección.
No hay otra ciudad española en la que se celebre la Semana Santa como en Murcia, ni en la que los nazarenos repartan caramelos, “monas” y regalos, reviviendo aquellos tiempos ya pasados en los que los cofrades repartían viandas para los más necesitados. Declarada de Interés Turístico Internacional es una de las manifestaciones más significativas del rico y colorista acervo cultural murciano.
Se aproximan los días de la Semana Santa, en lo que la Iglesia celebra de modo solemne el adorable misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; y en estas fechas son especialmente apropiadas para poner en práctica aquél consejo de nuestro Padre: ¿Quieres acompañar de cerca muy de cerca a Jesús? Abre el Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no vivir.La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas. Hemos de procurar ser uno más, viviendo la intimidad de entrega y de sentimientos, los diversos pasos del Maestro durante la Pasión; acompañar con el corazón y la cabeza a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen en aquellos acontecimientos.Meditemos a fondo y despacio las escenas de estos días. Contemplemos a Jesús en el Huerto de los Olivos, miremos como busca en la oración la fuerza para enfrentarse a los terribles padecimientos, que Él sabe tan próximos. En aquellos momentos, su humanidad sagrada necesitaba la cercanía física y espiritual de sus amigos; y los apóstoles le dejan solo. Nos lo dice también a todos nosotros, que tantas veces hemos asegurado, como Pedro, que estábamos dispuestos a seguirle hasta la muerte y que, sin embargo, a menudo lo dejamos solo. Hemos de dolernos por estas deserciones personales y por las de otros, y hemos de considerar que abandonamos al Señor, quizá a diario, cuando nos falta la divina ilusión para secundar la voluntad de Dios, aunque se resistan el alma y el cuerpo.Al meditar en la Pasión, surge espontáneo en el alma un afán de reparar, de dar consuelo al Señor, aliviarle sus dolores. Jesús sufre por los pecados de todos y, en estos tiempos nuestros, los hombres se empeñan con una triste tenacidad, en ofender mucho a su Creador.El Señor y la Iglesia esperan que seamos leales a esta misión, que nos gastemos totalmente en nuestro empeño por ser apóstoles de Jesucristo. Esperan que carguemos sobre nuestros hombros, con alegría la Cruz de Jesús, y que la abracemos con la fuerza del amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra.La obra de Cristo no termina en la Cruz y en el Sepulcro, que no son un fracaso; que culmina en la Resurrección y en la Ascensión al cielo.Vivamos la Semana Santa desde la Fe en Cristo pues Él, es el gran protagonista de estos días. Los acontecimientos de estos días son la prueba definitiva de amor de Dios a la humanidad, a cada uno de nosotros manifestado en la entrega total de su hijo. Salgamos a las calles convencidos de que no hay mayor honor que participar en nuestros desfiles, sin perder de vista el objetivo último: el anuncio de que el mensaje de Cristo sigue vivo para la salvación del mundo.